jueves, 16 de marzo de 2017

A volar!

Embarcarse en la aventura de viajar es una sensación espléndida que se empieza a vivir desde que planeamos el destino y hasta que imprimimos las fotos.

Cuando viajamos en avión, siempre pensamos que es mucho mejor que hacerlo en auto o en colectivo por la rapidez del medio de transporte, o porque ninguno de la familia tiene que clavarse siendo el chofer. Pero como todo, tiene sus desventuras.

Le ponemos una cintita roja para identificar nuestra valija de color negro, y nos damos cuenta de que hay 20 pasajeros más con la misma idea.

Pasillo o ventanilla? Que elegir? Si vas acompañada no es problema porque si uno se arrepiente en medio del trayecto, pide cambio y listo! Pero si el viaje es sin compañía, empezamos a dudar. Estar del lado de la ventanilla es lindo para ver despegues y aterrizajes (siempre y cuando no nos durmamos tooodooo el viaje y no tenga ni el más mínimo sentido haber elegido dicho lugar).

Pedir que nos acomoden al lado del pasillo tiene algunas ventajitas más. Por ejemplo al momento de ir al baño, ya que no se molesta al compañero de viaje. Y además si nos dormimos plácidamente, podemos estirar un poquito mejor las piernas, sacándolas al pasillo. (A estar atentos cuando pase el carrito con el servicio de catering porque puede doler un poquito el impacto del contenedor en los tobillos jajaja)

Cuando el viaje dura no más de 4 horas, no es inconveniente mayor la convivencia con 50 personas más. Pero si cruzamos esa delgada línea de tiempo, empezamos a desear haber tenido más dinero para viajar en Primera Clase.

Niños llorando, madres caminando y paseando niños por los pasillos, gente que conversa (y habla mucho mucho mucho), pasajeros que al momento de elegir entre dos menúes no se decide entre la pasta o el pollo y cuando finalmente toman la determinación, se quejan del menú que le dieron.

Gente con pánico a viajar que está contenida bajo los efectos de algún fármaco, que sabemos que cuando se termine el dicho efecto, va a comenzar su pesadilla, y la nuestra. Porque si no teníamos miedo a volar hasta ese momento, ahora si lo vamos a tener.

Y por si fuera poco, la persona que para apaciguar sus nervios te habla e intenta entablar una amistad en la cual no estamos interesados. Así sea viaje de placer o de trabajo, la mayoría queremos descansar el tiempo de vuelo (sea poco o mucho) o mirar una peli, escuchar música… Pero no socializar (menos conocer a través de fotos a toda la parentela).

No podemos meter bocadillo como para cortar el chorro de palabrerío, ni para decir que queremos ir al baño. Tampoco podemos decirle ni siquiera cortésmente que no nos interesa conversar porque nos puede arruinar el resto del viaje. Así lo que mejor, es montar un show: hacernos las desmayadas, o comenzar con un ataque de nervios como para que la azafata buena onda sugiera relax y tranquilidad.

 

miércoles, 8 de marzo de 2017

Quien va al super esta semana?

Ir al supermercado, para algunos resulta un paseo, un hobby, un momento de relax. A otros nos parece el momento más aburrido del día, o el más estresante si vamos con niños.

Esta actividad tan simple y mundana, muchas veces se convierte en todo un reto: agarrar el carrito que no tenga las ruedas trabadas. Y si nos tocó “ese” carrito, tratar de no chocarlo contra las góndolas.

Que a tu hija no se le ocurra abrir un paquete de fideos y sentarse en el medio del pasillo a “hacer comidita”.

Que justo sea horario pico y tardemos más en las cajas que en hacer todas las compras.

O que te toque la que tiene tarjeta de crédito sin fondos adelante y pruebe con cinco plásticos diferentes para ver si tiene la suerte de que alguna este pagada.

Respirar hondo para superar la góndola de los chocolates, el dulce de leche, y las galletitas que son la mayor tentación (pareciera que una luz intermitente nos estuviera llamando desde el momento en que agarramos el carrito para empezar la aventura). Por más que nos resistamos vemos desde cualquier punto las Mini Melba y el envoltorio amarillo de los Block.

“Los que saben” dicen que no hay que hacer las compras cuando tenemos hambre. Así que habría que probar comiendo aunque sea una barrita de cereal antes de ir, para evitar comprar productos innecesarios. Lo mismo si vamos con niños: hay que llevarlos “pipones” porque si no van a abrir hasta un paquete de jabones para comérselo.

Si nuestro acompañante de lujo es chiquito, mal que mal lo dominamos poniéndolo en la sillita del carrito cuyas ruedas se traban. Pero si ya no entra ni haciendo fuerza, lo tendremos que convencer que haga de locomotora delante del cochecito. Porque si toma el timón la criatura, lo primero que choca son nuestros tobillos. Y después de chocarte el dedo chiquito del pie con un mueble, no hay nada más molesto que ser chocada por un changuito del súper en el tendón de Aquiles.

Llevar la lista es fundamental, y tratar de no salirse un desafío (pero vale la pena intentarlo). Esa lista supongamos que la hicimos entre todos los integrantes de la familia y les hicimos creer que nos importan todos sus aportes. Después vamos al súper y compramos lo que a nostras nos parece, obviamente. Y si alguien se anima a quejarse la respuesta amable será: Hubieses ido vos!

Entre tanto que llevamos, antes de pasar por la caja, viajamos al polo norte y buscamos los lácteos. (No me van a negar que cuando andamos por la zona de los congelados, se nos congelan hasta las pestañas!)

Y ahora si, después de obtener todos los producto de la lista, superar la última prueba: las gondolitas que están delante de las cajas con chocolates, gomitas, caramelos Halls, y alfajores de arroz. Obviamente la opción más saludable sería el alfajor de arroz, pero si llegamos hasta ahí habiendo logrado saltear la góndola de los dulces y conducir un carrito enclenque; pensando que después tenemos que cargar cerca de 10 bolsas sin que se nos corte la circulación de los dedos, nos merecemos un chocolatito bien rico.

miércoles, 1 de marzo de 2017

Mejor cocino yo

Ir a cenar fuera de casa es un hábito muy lindo y divertido pero que por diferentes circunstancias se ha ido reduciendo. Ya sea por el costo de una cena en un bonito restaurant, como tener hijos pequeños con los que se complica la salida, o simplemente porque el clima no nos invita a hacerlo.

Por todo esto y mucho más, cada vez que salimos e invertimos en una buena cena, queremos que la mayor parte del momento cumpla con nuestras expectativas.

Hay varias cositas, que no salen como esperábamos y nos hacen enojar. (Que obviamente si fuéramos adolescentes, jóvenes y con onda no nos importarían en lo más mínimo). Y lo que podría ser una salida placentera termina siendo una pesadilla (O tampoco para tanto…).

Entrar con chicos pequeños a un lugar y que la encargada te diga que no pueden atenderte porque se les está acabando la comida, viendo que entran dos adultos detrás de tuyo y los atienden muy amablemente, es chocante. A todos nos ha molestado alguna vez el llanto desconsolado de un niño, o la madre gritándole para que se porte bien, pero si la casa se reserva el derecho de admisión, con poner un cartelito que indique que no se puede ingresar con menores, haría menos incómodas las cosas.

El que todos los comensales (sean 2, 5 o más) coman al mismo tiempo, no siempre sucede. El que se pide una ENSALADA solamente, y la quiere como plato central (no como entrada), no quiere comer antes que los demás y mirar más tarde como “chico hambriento” el frondoso plato principal de los demás.

Para los que piden carne roja, el punto de cocción es un desafío de “Elige tu propia aventura”. “A PUNTO”, “COCIDO”, “SECO”. Algo tan subjetivo para el mozo, como para el chef, como para el cliente. (Y obvio que si llegó el plato con un punto diferente al solicitado o esperado, nadie se anima a devolverlo por el mito siempre existente de que vuelva con un “ingrediente extra” de mal gusto).

Bebidas con gas, sin gas, frías o al tiempo (o al natural, o sin meter a la heladera). Si pedimos esto último, no pretendemos que nos traigan agua pura de manantial, sino directamente del pack como bajo del camión repartidor sin meterla a la heladera (Pasale un trapo y traela nomas…).

La higiene de los baños habla de la higiene del lugar, y hay algunos que en los que para evitar tocar el sanitario, nos obligamos a hacer sentadillas.

Y al momento de pedir la cuenta, cabecear e intentar captar la mirada del mozo para hacerle “LA SEÑA” y que nos diga cuanto le debemos.

Hay muchos clientes realmente insoportables (no es mi caso, yo soy re piola jajaja), pero también entiendan los gastronómicos, el especial momento del que uno quiere disfrutar que con un poquito de valor agregado, se logra dejar satisfecho tanto al cliente y como al dueño.

(Y nobleza obliga: Felicitar a muchos restaurantes que tienen toda la onda y ofrecen un servicio excelente.)